La Heráldica es una droga. Para algunos, al menos, es así, aunque la dejes de lado, siempre queda un regusto en el velo del paladar, un rápido giro de pupilas buscando un blasón. Un cierto mono. Es lo que me pasa, y lo que me ha pasado desde aquella triste tarde en que mi disco duro implosionó, borrando de un plumazo años de trabajo en Heráldica. Nunca me recuperé de aquello y, de la noche a la mañana, el diseño heráldico, que había sido una de mis grandes pasiones, se convirtió en nada. Poco a poco, con timidez, volví a diseñar, pero la pérdida de todo mi trabajo y, especialmente, de las figuras que había ido seleccionando durante la etapa previa por su forma, adecuada a mi estilo, me frenaban y me frenan aún hoy. Cierto es que la mayoría son imágenes cogidas de Heráldique Europeéne, que tan poco gustan a algunos de mis correligionarios, pero el simple hecho de tener que buscar de nuevo y limpiar las imágenes me da una pereza terrible.
Y, sin embargo, aquí estoy. Sigo buscando, sigo leyendo. La lectura de blasones, que siempre fue una de las cosas con las que más disfrutaba, sigue siendo para mí fundamental. Fusionar la palabra y la heráldica en una lectura que, además de correcta, sea hermosa. Estuve (y estoy) trabajando en los blasones de un Pazo en Campolameiro. Sigo buscando las raíces de la familia en el norte de Ourense. Ayer mismo, me plantearon un reto descriptivo en una reliquia familiar. En definitiva, aquí sigo. La Heráldica es una de esas drogas que nunca se consiguen dejar por completo.
Quizás lo más destacado de estos años de vacío sean mis nuevas armas. Se leen como "Terciado por un chevrón de sable, cargado de cinco peras de plata. En los tres, de Plata al oso levantado de Sable, armado de plata.". El por qué de tomar nuevas armas es sencillo, nunca me he sentido cómodo con el modo en que las armas se transmiten en España, a todos por igual, considero que adulteran el sentido original. ¿Por qué voy yo a heredar las armas ancestrales del linaje, si soy segundo hijo del tercer hijo de un no primogénito, aún asumiendo que el resto de la línea sea por primogenitura? Carece de sentido. Sin embargo, eso ya lo solucioné en su día, creando la figura de mi línea para mi padre, el "de Plata a la cruz flordelisada y hueca de Gules, brochante sobre el todo un escudete de azur a los cinco besantes de Plata en sotuer.". Empieza entonces el siguiente motivo, querer marcar una diferencia. En la historia de mi familia, el punto más bajo llega con la necesidad de abandonar la Tierra y emigrar. Mi propia vuelta a Galicia supone un punto de inflexión, una vuelta que quise reflejar.
Expuestos mis motivos, toca explicar el blasón. La composición, que es lo fácil, tiene un marcado carácter inglés. Tras una breve afición por el estilo heráldico francés, pasé a sentir más apego por el inglés, cuyas formas me resultan en extremo agradables, y de ahí la forma. Los osos me representan a mí, pues siempre me han dicho que soy como un oso, y su propia naturaleza (peligrosa, pero no agresiva, en general, omnívora...) me parecía un buen modelo a seguir. Finalmente, las peras hacen parlantes las armas, al representar el apellido. Pereira, en gallego, significa Peral. La cimera (si no se aprecia bien) es un pelícano abriéndose el pecho para alimentar a sus crías, basado en la antigua leyenda de que los pelícanos efectivamente hacían eso, lo que le valió al animal el simbolismo de sacrificio y entrega. Finalmente, el lema, Nihil somnium per dormientem, significa No hay sueño para el durmiente. Viene a implicar que quien se duerme en lugar de luchar nunca verá cumplidos sus sueños.
Confío en que esto sea un nuevo inicio. Por tercera vez.
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Dejando de lado los sentimentalismos, hay un asunto que me gustaría tratar hoy, aprovechando que la coronación de Felipe VI aún está reciente, y es la desaparición de cierto símbolo del Blasón Real.
Como puede que el lector sepa, el nuevo Rey no tiene muchos títulos, tiene una legión de ellos. Su nombre completo es Su Católica Majestad, don Felipe VI, Rey Constitucional de España, Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas Canarias, de las Indias Orientales y Occidentales, de las Islas y de Tierra Firme del Mar Océano, Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de Brabante, de Milán, de Atenas y de Neopatria, Conde de Habsburgo, de Flandes, del Tirol, del Rosellón y de Barcelona, Señor de Vizcaya y de Molina. Veintiún reinos, un archiducado, cinco ducados, cinco condados y dos señoríos, ahí es nada, sin contar, por supuesto, la soberanía o pertenencia a Órdenes de Caballería ni cosas similares. Resulta curioso cómo, ante tal marabunta de títulos, sólo hay unos pocos que realmente "sirvan" para algo. Pero uno de ellos es, precisamente, del que voy a hablar.
Propongo al lector encontrar las diferencias entre los blasones de Juan Carlos I y Felipe VI.
Llaman la atención varios detalles, como la recuperación del púrpura en el cuartel de León, o el cambio de corona. También la representación del Toisón de Oro dejando también en oro las llamas del collar. O, por qué no, la llamativa mejora para el ojo en cuanto a composición. Pero, sin embargo, la vista se nos va a la desaparición de dos símbolos: el yugo y las flechas y el Aspa de Borgoña.
En el primer caso, la desaparición del símbolo (vanme a perdonar vuesas mercedes) es una chorrada. El yugo y las flechas (Ysabel et Fernando) es un símbolo que no deja de ser el personal utilizado por un matrimonio para representarse el uno al otro, y no entiendo (francamente) su presencia. La unión de Castilla con Aragón está más que patente en el propio blasón.
Sin embargo, el segundo símbolo sí tiene su importancia. El Ducado de Borgoña es uno de esos títulos que sí tiene importancia dentro de la Corona. No por el lugar al que corresponde, porque Borgoña, antaño independiente, es hoy parte de Francia (y si a España se le ocurre reclamarla, los franceses van a rodar por el suelo de risa), sino porque ese título concede la soberanía sobre la Orden del Toisón de Oro, la más prestigiosa Orden de Caballería existente. Es este el motivo de que tantos reyes portasen en sus armas el blasón de Borgoña (una preciosidad, de Oro a las tres bandas de Azur, bordura general de Gules). El último fue Alfonso XIII, y es por eso que, a pesar de ser un símbolo extranjero, fue enseña del mal llamado Imperio Español y sus ejércitos, hasta el punto de que, aún hoy, es un símbolo frecuente en el Ejército de Tierra.
A diferencia de su abuelo (y de su padre, que no reinó pero usaba igual el blasón), Juan Carlos I se decidió por un blasón más sobrio que sólo incorporaba los reinos principales de la Península. Esto dejó fuera títulos históricos como Tirol, Brabante y, por supuesto, Borgoña. Sin embargo, sí mantuvo, tras el blasón (a la encomienda) el Aspa de Borgoña, símbolo de su soberanía sobre la Orden. Esto revela la importancia capital de dicha Orden para la Casa de Borbón, manteniendo a Borgoña presente sin mantenerla en realidad. O lo revelaba, porque Felipe VI ha decidido terminar con el asunto.
Como heraldista, no deja de parecerme un poco extraño. Hay quien defiende que no tiene la mayor importancia, pero como estudiante de las ciencias nobiliarias, creo que el simbolismo es todo lo que queda en esta disciplina, y que dejando de lado este simbolismo, lo que queda es nada. Por supuesto, Felipe (como todos los españoles) tiene derecho a portar las armas que le vengan en gana pero, para mí, dejar fuera a Borgoña es un error, heráldicamente hablando. Algo innecesario. La Monarquía es, desde un punto de vista sociopolítico, un fósil, una reliquia a eliminar, y terminará por hacerlo. Pero, entre tanto, quizás, respetar las tradiciones y simbologías sería una buena opción por su parte.
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N.d.A: El redactor de este blog es republicano y nacionalista gallego. Eso no me impide ser aficionado a la heráldica y la nobiliaria, como parte de la Historia, disciplina que me apasiona. A veces puede resultar complicado entender cómo alguien puede pasar de defender una República o el derecho de autodeterminación y, al rato, hablar de por qué el Rey debería portar el Aspa de Borgoña, y lo entiendo. Simplemente, son cosas que no tienen por qué ir separadas.